El santo Millán
La figura de San Millán surge en unos momentos en los que en la península ibérica perviven los restos del imperio romano ya cristianizado y los bárbaros visigodos ocupan la zona norte, siendo rey Eurico. Es la época mítica del primer cristianismo plagada de leyendas, símbolos nuevos, reminiscencias de tribus prerromanas y hechos fantásticos que se nutre de la materia de la que están hechos los sueños.


Nace Millán o Emiliano en Berceo en el año 473, hijo de una familia campesina de origen hispanorromano se dedica a pastorear un rebaño de ovejas. La tradición lo representa en unos montes idílicos tocando la dulzaina o entonando canciones con el acompañamiento de la cítara. A los veinte años y sumido en un sueño místico un ángel le indica el camino de los riscos de Bilibio (Haro) en los que un ermitaño de nombre Félix o Felices le instruirá para que siga su ejemplo. Regresa Millán a los montes en los que había cuidado su rebaño para huir del mundo y refugiándose en las cuevas de la sierra de la Demanda durante cuarenta años llevar una vida de ascetismo.
Su modo de vida va cobrando fama de santidad y es llamado por Dídimo, obispo de Tarazona, para ser ordenado sacerdote y nombrarle párroco de Berceo. Aquí se produce uno de los hechos más curiosos de su legendaria biografía: puesto que estas tareas administrativas no parecían encajar con su carácter y entregaba todas las donaciones propiedad de la parroquia a los necesitados fue acusado de malversación de fondos por lo que fue destituido por el obispo Dídimo.
De nuevo vuelve a sus montes despojado de todo atributo terrenal y vive como ermitaño solitario mientras va creciendo su aureola de santidad. Se le atribuyen diversos milagros y comienzan a acudir numerosos peregrinos a conocerle y hubo otros eremitas que se quedaron en este peqeño valle para seguir sus enseñanzas y formar una comunidad. Vivían en cuevas y construyeron un oratorio primitivo, sus nombres son: Aselo, Geroncio, Citonato, Sofronio, Oria y Potamia.


Murió en el año 574 con 101 años de edad y fue enterrado en el suelo del oratorio. Los monjes eligieron otro abad y permanecieron como ermitaños alrededor del sepulcro de San Millán. No dejó nada escrito, fue hacia el 650 que San Braulio, obispo de Zaragoza, que había escuchado de boca de su hermano Fronimiano, monje en la Cogolla, los relatos de los discípullos del santo escribió en un latín comprensible para el pueblo la primera biografía de San Millán.